lunes, 26 de marzo de 2012

Reportaje: Las generalas del narco

Las generalas del narco



En el mundo del crimen organizado destacan pocas mujeres, pero eso no significa que el papel que asumen no sea decisivo. Quizá su vida real no se acerca a la ficción narrada en la novela  La Reina del Sur,  pero el arrojo, la ambición, las dotes de intriga y traición no les son ajenas. Pocas veces se sabe de ellas porque quedan opacadas por la notoriedad que adquieren sus colegas hombres.  
María Antonieta, Cantalicia y Angélica son tres ejemplos de mujeres que han elegido incursionar en el negocio de las drogas. Estas son las historias de la vida de estas generalas del narco.





1.- María Antonieta, La Generala


El polvo y el calor cubren a Tamaulipas 
este junio de 2000. Dos estadunidenses 
cuya segunda nacionalidad es la del Cártel del 
Golfo, Joel Recio y Ángel Hernández, saben que 
la autoridad máxima se llama María Antonieta Rodríguez Mata, una mujer que teje negocios entre las mafias colombiana, dominicana, 
mexicana y mexicoamericanas.
Los tres se encuentran reunidos en una casa 
del exclusivo fraccionamiento Las Fuentes de 
Reynosa.
–Tengo un cargamento de coca. Uno de los 
pequeños. Necesito transportarlo –dice la mujer, con reposo en la voz y sobrepeso en el cuerpo.
Joel y Ángel asienten.
–¿Cómo y cuánto? –pregunta ella.
–Tengo un amigo que cobra 500 dólares por 
kilo transportado –responde Recio.
Dos días después, Recio recibe 200 kilos 
de droga en su casa, en McAllen. Joel y Ángel 
son parte de la estructura operativa en Estados 
Unidos de María Antonieta.
Esa misma noche, Joel y Gerardo Jerry García –transportista hasta entonces renuente a 
ser narcotraficante– empacan nuevamente la 
droga y la envuelven con cinta adhesiva negra. 
García es propietario de la compañía de camiones que transportará la droga.
A los pocos minutos, Ángel se apersona y 
entrega dinero como adelanto del flete. “Mientras estuve ahí pude ver los paquetes amontonados dentro del cancel de la regadera”, declararía Ángel casi cuatro años después ante un 
gran jurado de una corte texana.
También daría detalles de su ex jefa.
Si algo le gusta en la vida a María Antonieta Rodríguez Mata son las mujeres, y si algo 
sabe hacer bien es traficar droga y dinero entre 
México y Estados Unidos.
Su aspecto físico revela a una mujer que no 
corresponde al perfil de una “reina” del narco. 
Si se atiende a las pocas imágenes disponibles 
de ella, de inmediato queda claro que de sus 
hombros nunca colgó una bolsa Loui Vutton, 
sino el fusil de asalto que aprendió a manejar en 
sus años como policía judicial de Tamaulipas.
Si se revisa con atención su biografía, se 
advierte pronto que la suya no es una vida de 
pasarela, como lo pudo ser para Laura Elena 
Zúñiga, la ex Miss Sinaloa en cuya vida se basó 
la película Miss Bala, sino la que puede florecer 
en la ardiente frontera norte.
El gobierno de Estados Unidos desplegó su 
aparato policiaco y diplomático para llevar al 
banquillo de los acusados a una mujer diferente, de muchas maneras, de Kate del Castillo, la 
actriz protagonista de la telenovela La Reina del 
Sur, basada en el libro de Arturo Pérez Reverte.
Si los sobrenombres indican algo de quien

los recibe, entonces habría que repasarlos para 
entender de quién se trata María Antonieta: 
Comandante,  Toni,  La Tía,  La Toni,  La Vieja, 
Mandy, pero, ante todos, el de La Generala.
El santo y seña de lo que la DEA conoció de 
su carrera como contrabandista queda registrado en el expediente de alegato sobre su solicitud de extradición, cuya copia completa posee 
emeeequis. 
En él se lee la letra de un juez estadunidense: “María Antonieta Rodríguez Mata ocupaba una posición como líder de la organización, 
con base en Reynosa, que transportaba grandes 
cantidades de cocaína y marihuana en los Estados Unidos”.
*
La Generala nació el 21 de junio de 1969 en Tampico, Tamaulipas, aunque su vida se construyó, 
desde su infancia, en Reynosa. Radicó ahí desde 
el primer año de edad y hasta concluir la secundaria. Desde entonces, desde antes, sobresalía 
de manera natural entre el resto de los alumnos 
por su aguda inteligencia.
Mide 1.65 metros de estatura y es fumadora de tabaco. Hija de un obrero de Pemex, es la 
menor de sus seis hermanos. Siempre ha negado 
que  consuma drogas ilegales. En cambio, desde un principio, ante su familia, primero, y ante 
quien fuera, después, aceptó que se enamora 
sólo de otras mujeres.
Estudió la preparatoria en Saltillo, Coahuila, y derecho en la Universidad Valle de Bravo, 
en Reynosa, carrera que suspendió a los 22 años 
para llevar el curso de ingreso a la policía judicial de su estado, en donde la admitieron en 
1992. Reinició la licenciatura en 1994 y la concluyó dos años después. Permaneció en la policía judicial hasta el 1 de junio de 1999.
A diferencia de Sandra Ávila Beltrán,  La 
Reina del Pacífico, resulta impensable que  La 
Generala buscara la manera de introducir bótox 
a la cárcel para alisar las arrugas del rostro. Si 
acaso, existe un gesto de vanidad en la tamaulipeca, que, a la vez, es un propósito de salud: se 
realizó una cirugía para reducir el tamaño de su 
estómago y perder peso.
De los modos y maneras de La Generala en 
sus tiempos de agente de la policía judicial, las 
autoridades tamaulipecas sabían desde 1996. 
En junio de ese año, la Comisión Nacional de 
Derechos Humanos emitió una recomendación 
al entonces gobernador para que la investigara 
por abuso de autoridad.
En 1995, La Generala, otro policía mexicano 
y dos agentes del FBI irrumpieron en el centro 
nocturno Fiesta Mexicana. Sin documento alguno de aprehensión, pero sí con violencia, sacaron del sitio a un ciudadano estadunidense 
acusado en su país de posesión de marihuana.
Los judiciales metieron al hombre a la cajuela

de su vehículo y lo entregaron al FBI en el Puente Internacional de Hidalgo, Texas, ahí mismo 
donde La Generala hizo los negocios por los que 
los estadunidenses reclamaron su extradición.
En aquella ocasión,  La Generala realizó la 
captura “aparentemente” mediante el pago de 
10 mil dólares entregados por los agentes estadunidenses.
Antes de ser llevada al Reclusorio Norte, 
cuando aún existía ahí un apartado femenil, vivió en la colonia Las Fuentes de Reynosa, en una 
casa construida, ladrillo a ladrillo, a imagen y 
semejanza de las típicas de un suburbio texano 
de clase media alta. La vivienda de María Antonieta contaba con tres recámaras, sala-comedor, cocina, cuarto de servicio, cuatro baños, 
jardín y garaje para 12 autos.
Al momento de su detención,  La Generala
poseía tiendas de autoservicio, restaurantes, 
negocios de arrendamiento inmobiliario y un 
rancho de engorda de reses, porque, como todo 
buen traficante, explica su riqueza con la bonanza de la ganadería.
Quien conoce bien a  La Generala dice de 
ella que es tan inteligente como desconfiada y 
ambas cualidades las tiene en grado superlativo. También que es solidaria con los suyos. Que 
habla inglés, que tiene excelente vista y que es 
capaz de armar un plan en segundos.
La corte federal estadunidense detectó que, 
“al menos desde marzo de 2000 o alrededor de 
esa fecha”, La Generala “creó una organización 
para distribuir grandes cantidades de cocaína y 
marihuana dentro de Estados Unidos” con operaciones basadas en Reynosa y conectada con 
McAllen y Houston, Texas, y otras ciudades de 
Nueva York y Carolina del Norte.
*
Miguel Ramón Deolelo conoció en su país, República Dominicana, a una mujer excedida de 
peso, a quien llamaban Toni, y a la que nada detenía en su intención de cobrar cinco millones 
de dólares por un cargamento de drogas que alguien le debía en la isla.
En junio de 2000, Deolelo, un abogado y un 
oficial de narcóticos de Santo Domingo –sus 
nombres no son identificados en el documento 
oficial– hicieron escala en la Ciudad de México 
en su ruta hacia Monterrey.
Ahí los esperaba  La Generala, “quien iba 
acompañada de tres oficiales de la ley mexicanos”, detallaría el dominicano, quien se integró 
a la red de La Generala para trasladar dinero vía 
aérea de Nueva York a McAllen y, de ahí, vía terrestre a Reynosa.
En agosto de 2000, Deoleo y otro dominicano volaron de Nueva York a McAllen. Los recogieron en el aeropuerto y los llevaron ante Rodríguez Mata, quien se hallaba en México.
La Generala planeaba reforzar su estructura

de tráfico de cocaína a Nueva York y recomponía piezas para optimizar el flujo de dinero.
Pocos días después, la hermana de Deoleo 
voló de Nueva York a McAllen. Era la tarde del 
21 de agosto de 2000 y Rubén Espinosa, investigador antinarcóticos del condado de Hidalgo, 
recibió información de que una mujer llegaría 
en un vuelo de American Airlines en posesión 
de dinero en efectivo.
Minutos después, el policía recibió sus rasgos físicos. En la sala de llegadas, identificó a 
una mujer coincidente con la descripción y la 
siguió, sin que ella ni el hombre que la acompa-
ñaba se percataran. 
En el estacionamiento del aeropuerto, Espinosa y otro agente abordaron a los narcotraficantes.
–¿Pueden regresar al aeropuerto para una 
entrevista?
Ninguno se negó. No había manera de hacerlo.
La hermana de Deoleo viajaba con tres maletas, una mochila negra, una pieza de equipaje 
pequeña con ruedas y una bolsa negra con correa colgada del hombro.
“Observé varios fardos de dólares en la bolsa de mano y en la maleta con ruedas. También 
noté en el contorno de su cuerpo bultos rectangulares bajo su ropa. Pedí a una oficial que la 
registrara y encontró 13 bultos adicionales de 
dinero en efectivo. La cantidad total fue de 92 
mil 492 dólares”.
Dentro de un bolso café que llevaba el hombre, los policías requisaron 80 mil 272 dólares.
*
Los años 2003 y 2004 fueron algunos de los 
peores para el Cártel del Golfo. Detuvieron a su 
líder, Osiel Cárdenas Guillén, en Matamoros, 
Tamaulipas. Otros operadores de primer nivel 
fueron capturados después, entre ellos Rogelio 
González El Kelín y La Generala.
El Kelín y María Antonieta tenían una historia compartida. Entre 2002 y 2004, él se instaló 
en Veracruz para recibir droga procedente de 
Colombia vía Guatemala, que luego enviaba a 
Texas con la intermediación de La Generala.
La Generala fue detenida el 8 de febrero de 
2004 sin intención alguna de ser sometida a 
proceso penal en México. La Agencia Federal de 
Investigación la capturó con el único propósito 
de entregarla a Estados Unidos. Todos los apodos de María Antonieta enlistados por la PGR 
fueron los mismos y en el mismo orden que los 
mencionados en la investigación de allá.
El 7 de febrero de 2006, justo dos años después de su entrada a prisión, se le abrieron las 
puertas de la cárcel de Santa Martha. Por algunos segundos recuperó la libertad, hasta el momento en que un grupo de la PGR la esposó nuevamente para arraigarla durante los siguientes
30 días, recluirla otra vez en la cárcel para mujeres de la Ciudad de México y someterla a un 
nuevo proceso de extradición.
Estados Unidos no cedía en su propósito de 
tener a María Antonieta. Y lo logró. La Generala
fue extraditada el 10 de agosto de 2007. 
Después de varios años, la mujer volvió a 
Texas.


2.- Cantalicia, La Canti


La noche del 14 de abril de 2007 todos 
irían al Club Fifty Seven, el nuevo bar de 
Cantalicia Garza Azuara, enclavado en el centro de Reynosa.
El nombre del lugar no dejaba lugar a dudas: 
la pistola belga 5.7, llamada por policías y delincuentes como la five seven, y mejor conocida 
como “la mata policías”.
Los socios de  La Canti lo sabían bien. Con 
frecuencia compraban armas con demostrada 
capacidad de atravesar chalecos antibalas. Y al 
bar Fifty Seven llegarían todos “los pesados” 
–así fueron calificados en una llamada anónima que proporcionó la información a la Policía 
Federal–: Juan Óscar Garza Azuara, un intermediario de droga traída de Colombia y de marihuana sembrada en Michoacán. Debería llegar también su hermano Josué y, seguramente, 
arribaría Gregorio Sauceda.
Todos se sentarían a escuchar cantar y ver 
bailar a una mujer que, como a los demás, no le 
son ajenas las prisiones y extradiciones: la cantante Gloria Trevi.
Los policías mexicanos no se quedaron con 
la duda y preguntaron a los agentes de la DEA 
destacados en Reynosa: sí, los hermanos Cantalicia, Juan Óscar y Josué Garza Azuara sí 
eran “pesados”. Y entonces, en vez de esperar 
el concierto y detenerlos a todos, los federales 
irrumpieron en el lugar antes del evento y sólo 
encontraron propaganda tirada del concierto de 
la Trevi.
Y, días después, ya con la fiesta cancelada, 
a Cantalicia.
*
La Canti nació en Reynosa y fue bautizada en 
la fe católica en 1967. Estudió hasta el tercer 
semestre de la preparatoria. A partir de los 20 
años, trabajó como vendedora de ropa en una 
tienda de McAllen, donde permaneció cuatro 
años, cuando decidió abrir su propio negocio. 
Contrató tres modistas y fabricó vestimenta 
para niños.
En 2001 o 2002 se enamoró de Ricardo Mu-
ñiz, con quien tuvo un hijo y de quien al poco 
tiempo se divorció.
Luego consiguió una concesión de los teléfonos celulares Cellular One, negocio que 
abandonó para regresar al de la maquila. Fiel a 
su espíritu comerciante, continuó con venta de 

joyería de fantasía, tras lo cual su riqueza creció 
de manera exponencial.
Repentinamente, consiguió un crédito de 18 
mil dólares del Lone Star Bank para abrir un restaurante en McAllen al que llamó Mi Ranchito, 
negocio del que dijo obtener 8 mil dólares mensuales de ganancias. También instaló una estética atendida por su madre. 
¿Y el bar? Ella misma lo explica:
“Apenas íbamos a inaugurar la discoteca 57 
(…) Renté el local con una mensualidad de 5 mil 
dólares. Íbamos a presentar a Gloria Trevi, a 
quien contraté a través de una agencia. Cerramos el trato hace dos semanas en el mismo lugar 
y di un anticipo de 180 mil pesos en efectivo, al 
igual que el resto, otros 180 mil pesos”.
*
Los gobiernos de México y Estados Unidos sostienen que La Canti no sólo proveía sitios para el 
lavado de dinero a los traficantes, sino que ella 
misma lo era. 
“Karen”, un ex zeta convertido en testigo 
colaborador de la policía con ese nombre clave, 
tejió en su testimonio de junio de 2007 la vida y 
muerte de zetas, kaibiles guatemaltecos, torturas y ejecuciones de sinaloenses enemigos con 
La Canti:
“Cantalicia tiene la función específica de 
mover dólares en muy grandes cantidades y esconderlos en inmuebles o bodegas que adquiere o renta; tiene contactos muy cercanos en la 
aduana de Reynosa que le permiten pasar con 
toda facilidad equipo táctico militar, armamento, vehículos y uniformes de Estados Unidos a México.
“La primera vez que la vi, a principios de 
2005 (…), fue con motivo del pesaje de unos 
paquetes de marihuana y del conteo de unos 
tambos con ice, droga que era propiedad de La 
Compañía (…); también la vi en Lázaro Cárdenas, Michoacán, a donde nos enviaron a tomar 
la plaza. Ella es el brazo derecho de El Barbas”.
Otro testigo protegido, “Édgar”, confesó 
que La Canti pasaba con frecuencia de McAllen 
a Reynosa con maletas llenas de dinero y joyas. Siempre lo hacía con la camioneta Nissan 
Armada llena de mujeres, incluso alguna vez 
utilizó a una embarazada, y a niños para pasar 
desapercibida.
Cantalicia y Ricardo Muñiz no se separaron 
del todo. Muñiz mantuvo relación de negocios 
con su ex esposa y sus ex cuñados. De hecho, 
Muñiz se convirtió en uno de los principales 
testigos de cargo en el juicio contra Cantalicia 
en una corte texana.
Tras ser detenido en Mission, Texas, con 30 
kilos de cocaína, dio información fundamental 
para fortalecer los cargos de tráfico de droga 
y lavado de más de millón y medio de dólares 
contra su ex mujer.
*
Cantalicia y sus hermanos fueron detenidos, 
según el reporte oficial de la PGR, el 17 de abril 
de 2007.
La longitud de pie de  La Canti –ni un milímetro más ni un milímetro menos– es de 22 
centímetros. Pesa o pesaba cuando la detuvieron 53 kilos y mide 1.54 metros. Su piel es blanca, su frente mediana y sus ojos café oscuro, al 
igual que su cabello, aclarado con luces de salón 
de belleza.
Tiene labios delgados y una cara afilada, rematada por un lunar redondo en el mentón. Depiló sus cejas hasta desaparecerlas y, sobre su 
rastro, pintaba con crayola largas líneas oblicuas. Su mirada, frente a la cámara de la policía 
que la fichó, irradiaba una tristeza reposada.
Cantalicia enfrentó cargos por delincuencia organizada, lavado de dinero y narcotráfico. 
Otra acusación en su contra corrió a cargo de un 
ex militar, ex policía municipal de Nuevo Laredo y ex zeta convertido en testigo protegido por 
el gobierno mexicano.
La lista de objetos incautados en las tres 
casas relacionadas con  La Canti, además del 
bar Five Seven, está detallada en el expediente 
97/2007-3, del que este medio también posee 
copia.
En un bote de basura, los policías encontraron marihuana, y en un cuarto contiguo, una 
caja fuerte repleta de cocaína. No para la venta, 
sino para consumo personal. También decenas 
de teléfonos y radios.
Se incautó también una camioneta Durango negra, en cuyo interior había cartuchos de 
armas de fuego, cargadores, una máquina para 
empacar al alto vacío y los documentos de la 
contratación de Gloria Trevi.
En una de las habitaciones se encontró una 
pistola escuadra calibre 5 .7x 2.8. También dos 
Pietro Beretta y una Colt .38. Al lado, un rifle 
AK-47 y cajas de balas. 
Una gorra verde, cuatro máquinas para contar dinero y un contrato de prestación de servicios celebrado entre TV Azteca y una mujer 
llamada Flavia Azuara. Escrituras y títulos de 
propiedades.
En otro espacio, los federales se toparon con 
decenas de bolsas llenas de cocaína y marihuana. También con un arsenal: miles de balas calibre .22 Mágnum expansiva –un raro tipo de 
munición–, nueve milímetros, diez milímetros, 
.38, .40, AR 15, 30-30, algunas con punta blanda para destrozar apenas hagan contacto y 5.7, 
la five seven.
En las cocheras se localizaron un auto BMW 
y una camioneta Jeep. Dos Suburban, una Nissan Pathfinder Armada, una Touareg, una 
Grand Cherokee Laredo, una Hummer H2 –la 
más grande en el mercado–, un Audi, una camioneta Chrysler Pacifica, un BMW, una Ford
Lobo 4x4, una camioneta Escalade y otra Dodge Durango.
Pero no hay princesa sin un cofre de joyas. 


 Y  el de La Canti resultó excepcional:
•  18 relojes marcas Cartier, Rolex, Piaget, 
Bvulgari, Lancaster, Waliham y Seiko, casi todos de oro con piedras preciosas incrustadas.
•  22 gargantillas y cadenas de oro con eslabones, figuras de elefantes y con cruces, figuras 
prehispánicas, ecuestres, herraduras, monedas 
y corazones, varias incrustadas con piedras preciosas.
• Un rosario metálico de color gris.
• 17 anillos en forma de flor, con piedras, algunos de marca Bvulgari y otros con formas talladas, por ejemplo, una herradura.
• 22 esclavas de metales preciosos, adornadas 
con piedras y figuras de elefantes, niños y osos.
• 11 cadenas con formas prehispánicas, monedas y piedras brillantes.
• 18 dijes de metales preciosos con formas de 
ángeles, Jesucristo, elefantes, pirámides, ancianos y mujeres, excepto dos: uno de éstos con la 
figura de un tigre.
• 10 pares de aretes de oro, algunos con monedas, otros de marca Bvlgari y unos más con 
piedras preciosas o formas de elefantes.
• 16 monedas de oro de diversos tamaños.
• 10 pedazos de oro.
El valor del tesoro, según el avalúo de la Procuraduría General de la República: 4 millones 
931 mil pesos.
La Canti aún se encuentra presa en México. Vive en la prisión femenil de Santa Martha 
y, durante años, fue vecina de Sandra Ávila, La 
Reyna del Pacífico. 
Pero, a diferencia de ella, el gobierno mexicano cuenta con más elementos para procesarla, 
aunque, como consta en un documento firmado 
por la canciller Patricia Espinosa, ya concedió 
su extradición a Estados Unidos.


3.- Angélica, La abuelita


–¡Te va a cargar la chingada, pinche vieja chapulina! –la insultó Osiel Cárdenas 
Guillén.
A los pocos minutos, esa noche de 2000 
–a mediados o fines, tal vez, de agosto de 2001, 
pues no hay coincidencias sobre esta fecha en el 
expediente– la casa de Angélica Lagunes Jaramillo estaba invadida por  zetas.
–¡No pagas cuota, cabrona! –siguió Osiel, 
enrojecido por la furia, en referencia al contrabando de alcohol, perfumes, coca y marihuana 
que hacía la mujer como empresaria independiente.
El narcotraficante la tomó por el cabello y 
la arrastró por su propia casa, ocupada por 18 
hombres, entre ellos el jefe de escoltas de Osiel,

Arturo Guzmán Decena, el militar de las fuerzas especiales fundador de Los Zetas.
Los ex militares se distribuyeron en busca 
de cocaína y marihuana, pero sólo encontraron joyas y dinero. La mujer se quejaría de que 
le estaban robando, pero los hombres respondieron que no la despojaron de nada, sino que 
convinieron con ella el pago de 20 mil pesos a 
cada sicario presente en su casa por concepto de 
“multas”, lo cual ella cumplió.
Entre ellos también estaba Omar Lorméndez, El Pitalúa. Así fue, en ese momento, que se 
conocieron éste y Angélica.
*
Angélica Lagunes Jaramillo nació en 1959 en un 
caserío arenoso, caliente y húmedo de Tlachapa, Guerrero. Tercera de siete hermanos e hija 
de un camionero, la menor parte de las veces; 
campesino, casi todo el tiempo, que vivía de cosechar mangos vendidos por su esposa.
Creció en una casa con paredes de adobe y 
techo de tejas, en cuyo interior se acomodaban 
cuatro catres, una mesa y un fogón. La ranchería, en ese tiempo, carecía de agua y energía 
eléctrica. La familia se las arregló con la plata y 
logró dar a la niña educación primaria y secundaria, preparación continuada en una preparatoria del Distrito Federal gracias al hospedaje y 
apoyo de un tío paterno asentado en la capital 
del país.
Angélica desertó de la escuela y consiguió 
algún trabajo de tipo secretarial en el periódico La Prensa. A los 20 años, se casó con el propietario de un hotel de Naucalpan, Estado de 
México, de quien pronto quedó embarazada.
Por diversas circunstancias, la muerte la 
convirtió en la mayor de sus hermanos: el más 
grande murió en un accidente automovilístico y 
el segundo en un asalto ocurrido cuando portaba la nómina del sitio en que trabajaba.
Éstos no serían los últimos sepelios en los 
siguientes años de Angélica. A los tres años de 
casada, embarazada de su hija Ana Bertha, una 
bala perdida topó con su marido.
Ante el inminente regreso a la pobreza, Angélica vendió el hotelito de Naucalpan y decidió 
hacer vida en Estados Unidos. Antes regresó a 
Guerrero y dejó encargados a sus hijos con su 
madre. Tomó camino al norte, pero no logró 
cruzar la frontera y se asentó en Matamoros.
Mujer de lucha y con algunos recursos, estableció un negocio de alimentos y vendió oro 
y perfumes. Tras nueve años, compró su casa y 
logró llevar a su hija menor. El varón no quiso 
cambiar el trópico guerrerense por el desierto 
tamaulipeco.
Su hija concluyó la carrera técnica en trabajo social y ella, Angélica, a los 43 años de edad, 
todavía se enamoraría nuevamente de un hombre 15 años menor que ella.
*
El negocio de Osiel Cárdenas Guillén era puntual: en Matamoros, nadie más que él podía hacer negocios ilegales. Así que parte del trabajo 
era cobrar derecho de piso a las prostitutas paradas en la calle Diez, identificar sitios de venta 
de alcohol contrabandeado y allanar con violencia casas de venta de drogas sin su permiso 
ni abasto.
“¡Tamaulipas es mi plaza!”, proclamaba a 
cada oportunidad el hombre de 33 años de edad 
surgido de un taller mecánico.
A mediados de 2000, la información recibida sobre una mujer restaurantera que, además, 
vendía licores, marihuana y cocaína sin su autorización era inequívoca. 
La dirección, en la calle Álvaro Obregón, 
conducía a la casa de Angélica. Y Osiel personalmente decidió hacer la visita con su estado 
mayor.
Y así, el líder narcotraficante y su grupo más 
cercano allanaron la casa de la guerrerense. Esperaron la oscuridad y, a las ocho de la noche, 
tocaron la puerta. Angélica abrió y, pronto, la 
casa se llenó de hombres armados. 
A empujones, la mujer subió a una camioneta que arrancó hacia una casa de seguridad, 
donde Osiel y Eduardo Costilla–actual líder de 
El Golfo y enemigo acérrimo de Los Zetas– conversaron durante dos horas con Angélica.
–Vas a rentar casas para mí –ordenó el jefe–. 
Te tengo investigada y te puedo matar a ti y a 
tu familia –advirtió, según el relato de la propia 
Angélica.
“Le dije que sí le ayudaría y esto lo hice, por 
miedo, aproximadamente 10 veces –hay quienes dijeron frente al juez que fueron 40–. Ellos 
me decían qué casa rentar y a qué empresas de 
bienes raíces debía ir y lo hacía”.
*
Cuando salieron de la casa de seguridad, Angé-
lica dio datos precisos de un vehículo, su ubicación y el hombre que lo conducía. Lo buscaron 
y, a los pocos minutos, regresaron con un tipo. 
Revisaron el auto y encontraron 30 kilos de droga propiedad de la mujer. Aceptó que se la incautaran y la relación prosperó.
A los pocos meses, aparentemente sólo tres, 
Los Zetas tenían un nuevo restaurante favorito, 
el de Angélica, y ella más trabajo: pasaba la garita con droga del cártel y regresaba con dinero. 
Su hija Ana Bertha, de acuerdo con los testimonios, también.
La nueva amistad se profundizó al grado de 
que Angélica participó en el movimiento de “la 
polla” de Los Zetas. “La polla” era una cooperación hecha entre ellos, autorizada por Osiel, 
para adquirir droga colombiana que entraba al 
país vía aérea por Guatemala y era depositada 
en Oaxaca. 

En cada vuelo de ese tipo se adquirían hasta 
450 kilos y cada participante decidía qué hacer 
con su droga: tenía la opción de venderla en el 
territorio mexicano o hacerlo en Estados Unidos, con mayores ganancias, pero asumiendo 
mayores riesgos.
Esa droga, la de los primeros embarques que 
convirtieron a Los Zetas de simples mercenarios en empresarios trasnacionales, era depositada en la confianza de Angélica.
La relación fructificó aún más. Guzmán Decena se hizo de una nueva y joven novia, Ana 
Bertha, la hija de Angélica.
Sobre el asunto declaró otro ex zeta: “Ana 
Bertha tuvo un hijo con Z-1. Él tenía bastantes 
atenciones con ella y con Angélica. Las dos conseguían uniformes consistentes en camisola, 
pantalón, botas, playeras, guantes, pasamontañas, gorras, fornituras, todas de color negro 
para uniformarnos cuando había que hacer un 
operativo.
“Después de que murió Arturo Guzmán Decena –abatido por el ejército en el restaurante 
de Angélica, donde bebía alcohol e inhalaba 
droga–, Osiel Cárdenas Guillén acordó que el 
pago de las quincenas de Arturo se lo repartieran a sus tres viejas, entre ellas Ana Bertha”.
No sólo esto. En 2002, El Pitalúa buscó a su 
jefe. Ceremonioso, pidió permiso para ausentarse dos semanas del trabajo.
–¿Para qué quiere 15 días? –preguntó Guzmán Decena, siempre marcial en esas situaciones.
–Me voy a casar.
–¿Con quién se va casar?
–Con la señora Angélica Lagunes –respondió en referencia a la suegra del hombre con el 
que hablaba.
*
Osiel Cárdenas fue detenido en marzo de 
2003 y, sin protección, madre e hija se debilitaban. En mayo de ese año, Angélica volvió al 
Distrito Federal, según ella, para visitar a su 
madre enferma y hospitalizada. 
Fue detenida y la Procuraduría General de la 
república le ofreció convertirla en testigo protegido con la clave de “Roberta”. No aceptó.
Entonces la internaron en la cárcel para mujeres de Santa Martha y recibió una condena de 
20 años de prisión y una multa de 256 mil pesos.
Ahí sigue. En el penal federal de Puente 
Grande se encuentra recluido  El Pitalúa. Hay 
quien dice que nunca han dejado de cartearse.
Hubo un último funeral en la vida de Angé-
lica, pero a ese no pudo asistir. 
Sólo le quedó el dolor y suponer la escena de 
flores y lamentos.En 2007, en Matamoros, su 
ciudad adoptiva, alguien asesinó a su hija Ana 
Bertha. 


La señora Nacha


Para imaginar a Ignacia Jasso, La Nacha, hace falta 
pensar en una mujer convencional que camina por 
los pasillos de cualquier mercado popular mexicano 
en los años 20 del siglo pasado: pequeña y redonda, 
vestida con telas estampadas, zapatos cerrados y 
peinada con un apretado chongo que estiraba su cara 
morena y ancha.
Pero esa mujer introvertida, casi taciturna, en 
realidad tenía un espíritu excepcionalmente sagaz, 
astuto y adelantado a su tiempo. La Nacha, además 
de ser madre amorosa y católica caritativa, entendía 
perfectamente el valor de la violencia para lograr 
el control del tráfico de heroína, morfina y opio de 
Ciudad Juárez a Estados unidos y tener en orden los 
“picaderos” de su propiedad en que se refugiaban 
los soldados estadunidenses a quienes despreciaba 
con profundo resentimiento nacionalista.
La Nacha ingresó de lleno en el negocio de las 
drogas desde 1927 o 1928 –andaría cerca de sus 30 
años–. de la preocupación que causaba a las autoridades quedó constancia en las cartas intercambiadas 
respecto a ella entre el gobernador de Chihuahua 
y el alcalde de Ciudad Juárez, 80 años antes de que 
esta ciudad se convirtiera en lo que hoy es.
durante los años cuarenta, La Nacha y otra mujer, María Estévez,  originaria de la Ciudad de México 
y emigrada a Juárez, aprovecharon la interrupción 
del flujo de opiáceos asiáticos hacia Estados unidos 
por la Segunda Guerra Mundial. 
Así, surtieron los mercados de detroit, Chicago 
y Nueva York. desde entonces adoptaron lo que en 
la mitología del narcotráfico es una regla: no consumían nada de lo que vendían.
La Nacha sacó del juego del contrabando de la 
amapola a sus fundadores, los chinos, y en una sola 
maniobra, en 1947, ordenó el asesinato de 11 de 
ellos. La procesaron, pero salió absuelta.
La Nacha no gustaba. Y no gustaba por ser mujer. tal vez por eso la parte visible de la empresa 
era su marido, Pablo González, un hombre mujeriego y pendenciero que perdió la vida en un pleito 
de cantina.
La viuda no se amilanó. Quienes de ella han escrito mencionan constantes conjuras en su contra, 
pero llegó a vieja y murió en algún momento de los 
años setenta. Vivía en un vecindario de obreros, en 
que era amada y protegida.
Quiso dejar su empresa a sus hijos, pero ninguno 
heredó sus habilidades. Algunos de sus nietos y bisnietos han deambulado en la frontera y las cárceles 
por traficar heroína y morfina.
Acaso en ese mundo sobresalió uno de sus nietos, Héctor González, bebedor y peleonero como 
el abuelo, pero terminó con su vida al estrellar su 
auto a toda velocidad. 
Ahí quedó interrumpido el linaje familiar. 

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